12 may 2016

El arte de responder


Esta mañana llovía mucho y al subir las escaleras de la guardería, mi hija se resbaló y apoyó la pierna sobre el último escalón. Yo la llevaba de la mano y pude tirar de ella, así que no se hizo daño, pero sí se mojó el pantalón. Al entrar y mientras la cambiaba, la bedel, que no paraba de meternos prisa, nos preguntó que qué le había pasado y la respuesta  de ella, a mi narración de los hechos, priva de adjetivos y epítetos, juro que fue de lo más neutra y objetiva que se despacha, fue: “¡ay, qué torpona!”.

La gente que me conoce sabe lo que odio las etiquetas. Pero quizás lo que no todos saben es que ahora ya no me callo una. Además cada vez me sale mejor eso de responder con asertividad y respeto. Aunque lo que haya recibido del emisor sea un mensaje faltón, ojo, la mayoría de las veces sin alzar la voz. Porque como yo digo ya siempre, nos faltamos al respeto una y otra vez sin saberlo, sin necesidad de gritarnos, e incluso “desde el cariño”. Porque hay conceptos mal aprendidos. Pero todo eso a mí no me exime de responder. Considero que es mi responsabilidad defenderme a mí y a mi descendendencia. Porque, y aquí tomo el término en inglés, “responsability” es un a palabra compuesta por “response” que quiere decir respuesta y “ability” que no es más que habilidad. Así que: la responsabilidad es también la habilidad de responder. Yo diría más, “el arte de responder”.

A mi generación, como a tantas generaciones precedentes, nos han educado en el respeto a los adultos. Así que es una  novedad que el respeto se ejerza también hacia los menores. Y cuesta romper la cadena. Pero es que no debe ser de otra forma. Es más, defendiédolos a ellos, nuestros hijos aprenden a ser merecedores de respeto. Y ya de paso, a respetar. Y os aseguro que me cuesta aún responderle a personas de una cierta edad, porque a veces aún me pesa pasar por maleducada, por antipática. Llevo demasiados años en mi rol de agradar, de ser simpática, a veces incluso payasa. Ahora me tomo la vida en serio, y asumo mis responsabilidades, y traer un hijo al mundo es la mayor. Soy consciente de que a los niños hay que guiarlos y darles amor a raudales y sin retenciones. Soy consciente también de que, aun dominando mucho la teoría, a veces me equivoco, pero le pongo mucho empeño a la cosa e intento mejorar cada día. Seguimos en el camino. En el fondo como todos.

Escribí un post de un párrafo el otro día, de esos cliché, “saeteros” que me gusta a veces escribir a mí, que comparto de nuevo aquí.




Imagen tomada de aquí





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