23 mar 2017

¡Fuera!

"El ser humano es un animal social" decía, y fue de las mejores cosas que dijo, Aristóteles, un conocido misógino de la Grecia Antigua. Era hijo de la sociedad del momento (aquél, aunque en éste no habría desentonado tampoco mucho, por desgracia). Pero hoy no deseo hablar de feminismo o misoginia, sino de crianza. Aunque todo esté más mezclado de lo que a simple vista nos pueda parecer.

Ando revuelta, (¿cuándo no?), estos días que se habla de time out en mi entorno, de silla de pensar y algo dentro de mí reacciona como un animal en peligro. Aún estoy aprendiendo a decir las cosas desde otro lugar. El racional. Pero hay momentos que sólo estoy en la emoción. Y con los niños me pasa esto. Con la sociedad en general, pero particularmente con los más pequeños y desvalidos. Tengo la sensación, ¿Sólo me pasa a mí? de que la mayor carga de los juicios la llevamos sobre todo las mujeres y los niños. Y siento una gran necesidad de defenderlos, a ellos y a sus madres. Estoy haciendo grandes progresos. Porque me encontré también en la guerra de las madres. Alguien me tiró hacia dentro. Ese alguien fui yo misma. Yo misma y mis creencias, las que nos hacen bajar la cabeza a mí y a todas mis compañeras desde hace milenios, demasiados.

Anoche para rematar vi un capítulo de la que, aún a distancia de once años, sigue siendo mi serie favorita: Friends.  Rachel dio a luz en un hospital y fue rápidamente separada de su cría. Mi compañero me mira expectante y con un poco de sorna como diciendo: "Allá vamos otra vez" cada vez que vemos algo juntos en la tele y salen bebés o niños pequeños. Y prometo que intento morderme la lengua, prometo que intento que no se me salten las lágrimas. Intento desconectar yo también o conectar con la que fui antes de ser madre. Pero no lo consigo. No puedo con tanta robotización. No puedo con tanta anestesia. Es más pena que rabia lo que siento, aunque se manifieste más como rabia que como pena. En el capítulo, o los capítulos, porque luego vi el siguiente, se ve a todos los amigos delante de la vitrina del nido donde están todos los bebés, observando a la recién llegada. Están contentos y sonrientes (los adultos, claro). A nadie se le pasa por la cabeza que esos niños estén demasiado lejos del olor de sus respectivas mamás. El capítulo sucesivo también lleva lo suyo. Ahí se ve a una matrona trayéndole la bebé a la parturienta desde el nido para que ella le dé el pecho. Rachel se lamenta a la sanitaria de que su hija la vez anterior no se haya enganchado bien a su pezón y, bueno, apuesto que más de la mitad de las mujeres de la Europa actual saben que si las separan demasiado tiempo de sus crías al nacer existe el riesgo de que al principio haya más problemas para lactar. Pero hablamos de Estados Unidos. Las cosas están cambiando también allí, además han pasado once años desde que la serie acabó y en obstetricia se está avanzando mucho. Avanzar en obstetricia para mí quiere decir volver sobre nuestros propios pasos. Volver al parto mamífero incorporando los avances tecnológicos SÓLO PARA CUANDO SEAN VERDADERAMENTE NECESARIOS. Ésta es la utopía a la que llegaremos. Gracias a que hay muchas personas preocupándose por ello, ocupándose de ello.

El visionado de estos capítulos de mi serie favorita coincide también con el momento en el que empiezo a leer en serio, lápiz en mano (para subrayar), al doctor francés afincado en Londres Michel Odent. Me quedo con frases como "Me he dado cuenta de que los seres humanos somos mamíferos. Todos los mamíferos se esconden o se aíslan para dar a luz. Necesitan intimidad. A los humanos les sucede lo mismo. Hay que tener constantemente presente esta necesidad de intimidad." Y veo la feria que hay en el hospital de la serie. Personas que entran constantemente. Bebés en el nido. Luces potentes. Se sabe que las luces inhiben la oxitocina, conocida popularmente como la hormona del amor y activan la adrenalina, la hormona del miedo. Globos de colores. Y lo peor de todo, una mamá y su bebé lejos la una de la otra.

Esta lejanía, esta separación, se arrastra en los siguientes años del bebé, del niño, del adolescente, del adulto en casi todo ser humano. Es el clásico "Divide et impera" (Divide y vencerás en cristiano) del César. El caldo de cultivo de la sociedad patriarcal. A alguien (el sistema) le conviene que estemos divididos. Y me despierto esta mañana pensando en lo que dijo el sociólogo canadiense Malcolm Gladwell sobre lo perdido y desvalido que nos sentiríamos si viviéramos hace un millón de años en una cueva y alguien nos echara de ella.

Lo peor que le puede pasar a un ser humano (al cavernícola y a ti, nuestra fisiología no ha cambiado nada) es la exclusión. Y ¿por qué? Sencillo. Porque somos mamíferos altriciales y gregarios lo cual nos corrobora tres veces que necesitamos mantenernos unidos y que te digan: "¡Fuera!" aunque sea con palabras bonitas, si es que las hay, es lo más traumático que le puede pasar a cualquiera de nosotros. Cuando a un bebé se lo deja llorando en una cuna siente un desconsuelo tremendo. Cuando a un niño se lo excluye del grupo y se lo deja pensando solo, se siente mal y esto le deja huella en su historia personal.

Si un día de fin de semana estándar (creyendo, o deseando, siempre que los papás y las mamás no deban trabajar ni los sábados ni los domingos) lo pasamos unos con otros, buscándonos, tocándonos, abrazándandonos, besándonos, etc. ¿Qué nos hace pensar que por las noches nuestros hijos no deseen ese contacto físico mientras que son pequeños? Si precisamente la noche es la oscura, la que alberga más peligro. Si incluso los adultos tenemos miedos con nuestra capa de racionalidad, como no van a tener miedo los niños si aún sus cerebros no tienen neocórtex o se les está formando en estos momentos.

Y cómo no van a pasar miedo dejándolos fuera del grupo por "haberse portado mal" aunque sólo sean "unos minutos". ¿Si los niños pequeños no tienen noción del tiempo cómo van a saber qué son dos minutos si algunos ni siquiera saben diferenciar un día de un segundo? ¿No será mejor explicarles por qué uno no se puede comportar de una cierta manera? Aunque toque hacerlo mil veces. Por lo demás, a los adultos también nos explican cosas y a menudo por más que lo hagan no nos quedan claras y volvemos a caer infinitas veces sobre las mismas piedras.

Luego nos venden que los niños tienen que socializar, que un niño está estupendamente en la guardería sin su madre. Venga ya hombre por favor. ¡A ver si vamos abriendo los ojos!





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