Basta con sentarme cinco minutos, respirar tranquila, cerrar los ojos, mover un poco las articulaciones, sentir mi cuerpo para volver a creer en mi mensaje. O encontrarme en el tráfico delante de un energúmeno que me insulta y recordar como me abrumaban estas situaciones antes y ver la serenidad con la que las afronto ahora para decirme; "Yo quiero ayudar a más mujeres a encontrar su luz para que la cotidinaeidad no las ahogue".
Es cierto, no soy psicóloga, sexóloga ni nada que se le parezca. Pero es que yo no quiero ser psicóloga ni sexóloga ni nada que se le parezca, ni pretendo quitarle el trabajo a psicólogos o sexólogos ni nada que se le parezca. Y aún así me siento con el deber y la necesidad de compartir la energía que siento ahora. La que empezó a gestarse en mi embarazo hace ya más de cuatro años. La que continuó con una lactancia difícil al principio, como la mayoría de ellas. La que me llevó a hacer lo que sentía a pesar de las opiniones ajenas, las de la desinformación, las de mitos falsos. La que se confunde con mi cabezonería y me lleva a hacer lo que en realidad quiero hacer, que es lo mejor para mí, mi hija, mi familia.
Una energía que ha ido cobrando fuerza con la información, de libros leídos y cursos realizados que han ido conectándome a mi cuerpo perdido por el camino. La conexión anestesiada que dormía en mi parto robado.
La maternidad me ha regalado tinieblas y espinas necesarias para llegar a encontrar el tesoro que tengo ahora delante. Me ha ido llevando a mujeres que me han contagiado sus pasiones y su luz, su energía, sus lados femeninos, los de verdad. Me han dado amor y comprensión, me han recordado que tengo el deber de quererme. Me han devuelto a toda esa sabiduría milenaria femenina que rige el corazón.
Esta suma de información, de pasión, de vivir y sentir en mí me han traído a este punto inevitable en el que me encuentro. Éste es el sitio en el que quiero estar, a partir de aquí crecer, caminar. No deseo estar en otro lugar. Lo he dicho, lo he escrito y lo vuelvo a repetir. No es un autoconvencimiento. Es un expresar mi alegría, la de haber encontrado lo que andaba buscando. No es por autoconvencimiento, aunque quizás haya un poco de autorreafirmar lo que ya sé. Un "¡De aquí no me muevo!" dicho con fe, sonriente, tranquila, capaz.
Si tan sólo pudiera ayudar a muchas mujeres a no sentirse solas, a no sentirse tristes, a no sentirse perdidas en un mundo en el que no encajan, torpes, estúpidas, deshechas, necesitadas de confirmaciones externas, de mirada, de migajas. Porque después de todo yo también me he sentido así en distintos momentos de mi vida. Y cruzar todo el lado oscuro temblando, sintiendo la soledad, el miedo y el abismo bajo mis pies me han devuelto la creencia más valiosa que tengo hoy y es que "la vida hay que vivirla intensamente y aprovechándola. Tenemos el deber para con nosotros y por los que ya no están de ser felices. La vida es un regalo y no me vale vivirla de forma mediocre."
Y después de todo me doy cuenta de que hablar con ellas, las mujeres, y ofrecerles mi apoyo es algo que he hecho siempre, sólo que ahora lo llamo:
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